A veces te cruzas así, sin esperarlo, con palabras escritas por otra mano, otra mente-corazón, que reflejan tan profundamente tu propio sentir que te hacen parar en seco, leer dos o mil veces y guardar esas letras bien adentro, para sacarlas cuando haga falta, para ti o para tus comadres. En este espacio, mío, creado para compartir-nos, me propuse en su momento compartir temas que tuvieran que ver con las doulas, el maternaje, la crianza..pero todo se entrelaza en esta vida de hilos invisibles.
Mi hija se llama Ariadna, es mi maestra tejedora, y estas palabras también son para ella, niña-mujer que ya lanza sus hilos de colores para crear pasito a paso su propia vida.
Imagen de Liliana de la Quintana
Este texto es el primer capítulo del libro de la autora 'La tejedora de vidas. Cuentos para sanar el alma femenina', que publica la Editorial Eleptheria.
Hay una tejedora que habita en el alma de toda mujer para enseñarle a mirar su tiempo como un gran ovillo y sus dones como las agujas con las que dar formas a su vida. La tejedora del alma enseña a deshacer las zonas muertas y hacer alquimia con ellas transformándolas en abono para seguir adelante. Por eso dicen que cuando llegas a la casa de una mujer tejedora de alma has de poner mucha atención: Si entras y te regala una pipa, un tapiz hecho con sus propias manos o un cuento en realidad te entrega hebras perdidas que no has logrado domar o que ni tan siquiera conoces, claves para despertar a la tejedora del alma que duerme dentro de ti o, incluso, mira por dónde, palabras en forma de cuentos para abrirte a una nueva forma de mirar. Porque lo que jamás hace ninguna anciana tejedora ni ninguna mujer araña es perder el tiempo.
Los cuentos que narran la historia de las mujeres tejedoras del alma nacieron para recordar a toda mujer su enorme capacidad de restaurarse a sí misma, y su poder para construir el paraíso incluso en tierra baldía. Por eso quiero contaros la historia real de Ronin Wano, que también es una alegoría de la herida de todas las mujeres y del propio planeta.
Hace mucho tiempo en un país lejano ella era la única nieta que su abuela sabia educó para que puntada a puntada y palabra a palabra descubriera los hilos ancestrales que tejen la memoria e hilan la vida; para que susurrara las verdades al alma de las mujeres despistadas y sus palabras devolvieran las fuerzas y ganas de vivir. Al crecer la niña debía enseñar a todas las demás mujeres de su tribu para mantener vivo el alma de su pueblo y el espíritu del río. La llamaron Ronin Wano, servidora de la serpiente, porque en lo más profundo de las más oscuras aguas del río a cuya orilla nació habita una anaconda que guarda los saberes y secretos milenarios con que todas las abuelas un día hilaron memoria, tejieron existencia y gestaron porvenir.Durante muchos años la abuela envió a su nieta a lo más profundo del río para que aprendiera el idioma del agua y escuchara la historia de sus propias abuelas, a lo más alto de los más altos cedros para aprender los secretos que las hembras pájaros contaban a sus hijos y a los más difíciles riscos para perder el miedo a morir y a vivir. Cada noche de luna llena la abuela y la nieta se acercaban a las casas de las mujeres hastiadas para recordarles la fuerza de la flexibilidad y la fe en la vida. Pero cuando aquella niña creció todo cambió. Los árboles milenarios se talaban y se vendían para hacer parqué. Fue entonces cuando las hijas de sus hijas, que habían crecido contemplando un televisor, rechazaron su herencia y olvidaron el sencillo ejercicio de ser. Cuando Ronin Wano se convirtió en abuela su gente ya no se sentía unida a los árboles, ni al agua, ni a la luna; ni al vientre con sus ciclos. Fue entonces cuando la anciana supo que sus cuentos debían llegar a las mujeres de más allá del gran río que jamás habían aprendido a crear el tapiz de sus propias vidas y ahora debían tejer el gran tapiz de todos.
Hay un momento en la vida de cada mujer contemporánea en el que suele encontrarse frente a un cruce de caminos del que nadie antes le ha hablado: de un lado el camino marcado por la educación del mundo patriarcal en el que ha crecido donde encuentra hilos inservibles para tejer con el alma la vida que tiene frente a si, patrones demasiado estrechos, telas poco maleables y escasas posibilidades de fantasía. Al otro lado el reto de encontrar su propio hilo que casi siempre es invisible a los ojos pero no al corazón y que tiene el don de unir la herencia de las abuelas sabias con su propio camino y el de todas las mujeres. ¿Hacia dónde ir? ¿Cómo encontrar el hilo? ¿Cómo empezar a tejer la propia vida y sentirse completa? El periplo del viaje de la heroína también tiene estructura de tragedia griega: a veces la mujer muere para renacer, se hiela para descubrir, se agota para tomar fuerzas pero aprende a hacer alquimia con las emociones y encuentra dentro de si los hilos que la unen a todo. Eso enseña la vida, que siempre sigue adelante.
Tengo una abuela centenaria que teje con sus manos colchas, vestidos, cortinas, paños mientras, sin hablar, enseña el arte de tejer la vida: cada cierto tiempo escoge una muestra de entre todas las que componen su lata de labor, la estudia, toma el hilo y teje con la mano derecha mientras con la mano izquierda cuenta hebras. En su danza de dedos une las órdenes de su cabeza y de su corazón sin perder de vista su objetivo. Mi abuela abre bien su ventana para que entre la luz, mira a través de los ojos del alma la lana sin hilar y en ella adivina lo que ya existe dentro de ella para proteger a los suyos del frío del corazón. Es al contemplarla cuando me doy cuenta que aunque durante miles de años bajo la sociedad patriarcal el alma de la mujer durmió, se silenció y sufrió la profunda herida que yo misma he heredado; el hilo invisible de memoria mantuvo viva la sabiduría femenina más allá de la mente, justo en el centro del corazón. Por eso la mujer se rompe cuando se aleja de lo que realmente importa. La tejedora del alma está presente en los cuentos de todas las sociedades ancestrales, y ha pervivido en la memoria como el genio dentro de la lámpara. ¿Recuerdas? la lámpara del cuento hay que saber frotarla para que el genio pueda revelarse; eso enseña la vida y la tierra.
Nací y crecí en un pueblo de meseta con monte y río donde la crudeza de la tierra enseña a vivir los ciclos y agita las entrañas. En invierno el frío voraz de la escarcha y los hielos empujan hacia dentro y en torno a las chimeneas hay gente que canta romances, en primavera llegan las flores cuando todos despertábamos a la vida, y los grandes paseos hasta el río del verano enseñan a fluir. Al llegar al otoño, cuando los manzanos se llenan de frutos, los mayores cuentan historias y desde las colinas del Duero a veces llega el aullido de la loba que ha dejado su manada para volver a empezar. Todo eso forma parte de mi herencia de mujer que olvidé al llegar a la ciudad. Cuando mi alma se congeló necesité buscar salida al laberinto atándome a un hilo muy fino que me llevó a la tierra de las amazonas donde Oriente y Occidente se unen, y hace miles de años la mujer y la tierra se hicieron una al servicio del alma del mundo, justo al lado del bíblico edén donde –por algo– la manzana sacó a los primeros hombres y mujeres del paraíso. Es allí donde, según Herodoto y los primeros historiadores, vivían las amazonas. Las ancianas tejedoras sembraron en el alma del mundo historias de diosas míticas cuyos periplos marcan caminos de curación y que aún hoy las viejas campesinas cuentan a sus nietas para que tengan bien presente que una mujer puede curarse cuando a una mujer se le hiela el alma.
Desde que comencé aquel viaje cada vez que alguien me cuenta una historia antigua, un mito o un cuento heredado suele ocurrir que siento como algo dentro de mí se abre para dejar que las palabras se instalen, fructifiquen y creen nuevos caminos; ¡nuevos comienzos!
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