En estos tiempos cada vez me encuentro más en las redes maternales airados debates sobre el intrusismo profesional(generalmente relacionado con doulas que atienden partos) y, en base a este debate, o de manera paralela, no lo sé muy bien, surge otro debate: la necesidad (o no) de tener títulospara ejercer según qué profesiones.
Es cierto que para ejercer ciertas profesiones es imprescindible, y así debe ser, la titulación correspondiente, por ejemplo, las relacionadas con la salud (médicos, enfermeras, comadronas…) o con la seguridad (ingenieros, arquitectos, bomberos…). Sin embargo, hay otras profesiones en las que se te considera como tal bien por cursar los estudios correspondientes, bien por ejercer de tal, por ejemplo, periodista.
Porque la experiencia profesional también “cuenta”. No hace tanto, antes de la llegada de la Formación Profesional, muchas profesiones se aprendían a base de empezar como aprendiz de niño e ir aprendiendo de un (o varios) maestro. Un tío abuelo mío, carpintero, aprendió así.
La figura de la matrona, sin ir más lejos, siendo uno de los oficios especializados que surgen en primer lugar siempre que tenemos una sociedad (por rudimentaria que sea), aquí en España no tiene aún una formación propia, sino que es una especialidad de enfermería. Y eso es relativamente “nuevo”, no hace tanto que los partos los atendían personas que tenían mucha experiencia y ningún título, solo la cantidad de partos que “llevaban a sus espaldas”.
Por supuesto, que hay que perseguir a toda aquella persona que, por omisión de información o por mentir directamente, haga creer a otra persona que está capacitada para hacer algo que no lo está. Por ejemplo, una doula que haga creer a una madre que tiene capacitación para atender un parto en cualquier circunstancia.
Pero tampoco hay que olvidar que las profesiones avanzan, y en estos últimos tiempos, a velocidades “supersónicas”. Y las formaciones tardan mucho más en ser armadas, desarrolladas, reglamentadas, reconocidas… y puede que, para cuando esté, esa profesión ya haya evolucionado y esté en otro momento. Entonces, ¿no puede existir una profesión hasta que no exista la formación correspondiente? ¿Qué hacemos entonces con un mercado laboral que demanda cada vez más perfiles exclusivos y polivalentes o especializados, que combinan in-formación de diferentes áreas?
Por ejemplo, la profesión de doula, en cada país está establecida de una manera, reconocida en algunos, con formaciones regladas en muy pocos. Pero el hecho es que la figura existe, y cada vez más, porque se la necesita. Porque hay un sector de la población que la demanda. ¿No sería más lógico que entre todos se establecieran las bases de esta “nueva” profesión en lugar de invertir tiempo en “pelear contra” ella?
Lo mismo podría decir del resto de las nuevas profesiones relacionadas con la maternidad. Por ejemplo, una asesora de porteo. Si no hay una formación reglada, ¿no puedo dedicarme a enseñar cómo se usa un portabebé? ¿tengo que invertir mi tiempo y esfuerzo en que exista esa formación? Si las que estamos ahora mismo asesorando familias nos dedicamos a pelear porque “alguien” cree esa formación, ¿Cómo va a haber el número crítico de familias demandando ese servicio como para que “merezca la pena” crearla si nadie tiene tiempo de difundir la necesidad de ese servicio?
Al final, lo que hace a un profesional no es el título, sino cómo se toma su profesión. Un título, al final, sólo garantiza que esa persona ha pasado una serie de exámenes teóricos y prácticos en los que ha demostrado que (al menos durante ese tiempo) conoce una serie de datos y técnicas. Pero no se evalúa la pasión, la capacidad de compromiso, la intención de autoformación y actualización, la humildad…
Cuando una profesión se obtiene mediante una carrera, o módulo de FP, empezamos a encontrarnos una serie de personas que cursan esa formación porque creen que es lo que les gusta, porque se lo han dicho, o porque es “fácil”, y nos encontramos con gente que no vive la profesión, que no la disfruta y por tanto, se la hace “sufrir” a los demás. Volviendo al caso base de todo este debate, ¿Conocéis alguna doula sin vocación, sin pasión? ¿Conocéis alguna matrona sin vocación, sin pasión?
Así que sí, puede que las doulas (y las asesoras de porteo y demás) sean (seamos) “simples mamás”. Pero ojo, tenemos en muchos casos más formación y experiencia en nuestra área y (a veces) más sensatez que muchos profesionales de carrera, incluso de carreras largas. Y un buen profesional no debería sentirse “amenazado” por una “simple mamá” que se está dedicando a un área de actuación que, aunque relacionado, es distinta.
Con vuestro permiso, os voy a copiar algunos fragmentos de frases que he leído en Facebook a propósito de este debate, y que creo que expresan mejor que yo a qué me refiero:
“(…) no todos entendemos lo mismo por “formación”. Ni toda la formación es igual de válida, ni cala igual entre quien la recibe. Así que yo me quedo con la experiencia vital de cada persona, que incluirá formación y/o desinformación… , bagaje, vivencias, aptitudes y actitudes… Lo otro es muchísimo más limitante y tiende a confundir lo esencial.
(…) si se fijan patrones erróneos, luego cuesta más de eliminarlos. O quizás se hayan coartado capacidades por intentar encajar en ese sistema ( parafraseo a Ken Robinson).
(…) los estados se atribuyen derecho a regular ciertas profesiones y a pedir requisitos para ejercerlas ( algunos con acierto y otros con muy poco, ya sabemos). Yo creo que es tu trabajo el que te define y con eso me quedo.” (Nohemí Hervada)
“Desde la Revolución Industrial el sistema patriarcal ha ido implantando un proceso de usurpación de las capacidades innatas femeninas, basándose en un modelo cada vez más obsesionado por la profesionalización y la titulitis que ha llegado al extremo de que si esgrime el papel adecuado, incluso un señor sin tetas le puede decir a una madre si es apta o no para amamantar a su hijo.
Reasume tu poder ancestral como mujer y como madre y recuerda que un papel en ocasiones solo es eso un papel, y sacárselo es mucho más fácil de lo que la gente se piensa.
Reasume tu poder ancestral como mujer y como madre y recuerda que un papel en ocasiones solo es eso un papel, y sacárselo es mucho más fácil de lo que la gente se piensa.
Nosotras somos válidas para criar, para educar, para alimentar y nutrir, para enseñar a otros nuestros conocimientos, para cooperar, crear, ayudar, avanzar. Nosotras podemos tomar el control de nuestra vida y no necesitamos que ningún empapelado/a venga a decirnos como vivir nuestra vida.
Que ningún empapelado venga a anular tu poder. ¿O hay alguien aquí que con un tipo sea médico ya le basta? Porque a mí no me vale cualquier médico, solo porque tenga el título…(…). La experiencia, la personalidad, la forma de pensar y de actuar de una persona son definitivas en la mayor parte de ámbitos de la vida. En tu casa y en tu familia, no hay mejor experta que tú, recuérdalo. Y esa experiencia la puedes compartir con otros.
(…) por supuesto que formarse es maravilloso, no es sobre eso sobre lo que hablábamos. Un título está muy bien, pero no es garante de nada, y no siempre es necesario para todo. (…) Formarse es estupendo, pero que cada uno escoja libremente donde y con quien quiere hacerlo.” (Azucena Caballero)
“Los valientes, los que se animan a desafiar el orden establecido, los prejuicios y las leyes anacrónicas y arcaicas, siempre estarán molestando a alguien. Acuérdate de Galileo Galilei…” (Mauricio Kruchik)
Porque, además, otro aspecto de este debate de las “nuevas profesiones de la maternidad” es si debemos o no cobrar por nuestros servicios. Es decir, hay una tendencia a creer que una asesora de porteo, o de lactancia, o una doula, deberían hacer su trabajo gratis. Pero sobre eso habla Nohemí en el artículo que os he linkado más arriba, “Una simple mamá” y en este otro (Una propone… no dispone) y tampoco quiero hoy detenerme en eso ya que quiero dedicar la última parte del post a otro aspecto de este debate.
Y es que, una vez aclarado que hay que perseguir a quien engañe acerca de su preparación, y leyes aparte, qué pasa si yo, mujer adulta, formada y en pleno uso de mis facultades, asumo parir en mi casa con la compañía de una doula porque me fío de sus conocimientos y experiencia? Aun sabiendo que si surge alguna complicación probablemente no tenga capacitación para resolverla (y puede que ni siquiera para identificarla) ¿por qué no puedo yo asumir esa responsabilidad?
No olvidemos que el parto es un proceso fisiológico, del que muchos profesionales no parecen saber mucho, por otro lado. Si me da más confianza parir en esas condiciones y con esa persona, y con toda la información en la mano y estando todo claro por ambas partes, ¿dónde está el problema?
¿No habría que plantearse qué pasa en España para que una mujer decida asumir ese riesgo en lugar de perseguir a esa doula por intrusista?¿O a esa mujer por irresponsable? porque habrá personas, ella misma por ejemplo, a las que le resulte mucho más irresponsable “entregarse” a un protocolo hospitalario desfasado y que no tiene en cuenta la evidencia científica.
Y esto me hace pensar que la clave está en tomar la responsabilidad. El título, ese afán por averiguar qué ha estudiado esa persona en concreto, tiene mucho que ver con el hecho de delegar la responsabilidad en otro, en este caso, el estado o entidad que emite ese título.
EL título me ahorra el tener que pensar si lo que dice o hace ese profesional en cuestión tiene sentido, ya que como ha aprobado una serie de exámenes es de esperar que así sea. Delego mi responsabilidad. ¿En quién? pues en el que diseña los contenidos, las pruebas de control y emite el título (Universidad, Estado) y en el propio profesional que “si estudió eso, será porque era su vocación”.
Pero todos sabemos que los contenidos no siempre están bien diseñados (¿Cuánto aprenden los médicos sobre lactancia materna?¿y los pediatras?), las pruebas no son fiables (se copia o se evalúan aspectos que no son siempre los que a ti más te interesan), y por supuesto, todos conocemos más de uno y más de dos que estudiaron lo que estudiaron por mil motivos que nada tienen que ver con la vocación o el interés propio.
Entonces, si no nos fiamos de los títulos, ¿qué nos queda? Ojo, que yo no digo que no nos fiemos de los títulos, si yo voy a un médico quiero que esté titulado, digo que no nos fiemos SOLO de los títulos. Porque no son garantía de nada. Entonces, ¿qué nos queda? El ESPÍRITU CRÍTICO.
Así pues, hay que reconocer, en primer lugar, lo perverso de un sistema educativo que elimina de raíz el espíritu crítico, para luego mal-formarnos como profesionales, permitiendo que gente sin vocación ni interés , sin actitud ni aptitud, consiga una titulación que le habilita para ejercer una profesión para la que claramente no tiene capacidad.
Porque un profesional que sí tiene vocación, que los hay y muchos, no se conforma con terminar la carrera y conseguir el título, sino que está siempre aprendiendo, de sus clientes-pacientes, con cursos, leyendo… actualizándose, mejorando. En manos de ese profesional, te puedes poner tranquilamente. Y un buen profesional, aunque no tenga formación reglada, también hace ese proceso de formación continua y vivencial.
Entonces, volviendo a lo que decía, lo importante es que tengamos espíritu crítico. Con los profesionales de la salud que nos atiendan y con cualquier profesional que necesitemos en nuestra vida. Plantearnos si lo que nos dice tiene sentido para nosotros, si se adecua a la evidencia científica, si nos lo dice desde el respeto y con educación.
Puede ser un trabajo difícil, pero a mi entender es imprescindible. Lo bueno es que una vez que has hecho esta selección, puedes confiar en ese profesional para el resto de tu vida sin necesidad de estar re-evaluando su desempeño. Porque como decía un poco más arriba, un buen profesional está aprendiendo y mejorando constantemente.
Así pues, eduquemos el sentido crítico de nuestros hijos. Que no se crean lo que les dice la autoridad sin pasarlo por el propio filtro, por muy pequeños que sean. Enseñémosles a no obedecer ciegamente, sino a plantearse lo que le estamos diciendo sus padres, los profesores, el médico de cabecera…
Fomentemos que piensen acerca de lo que lean, de lo que vean en la televisión o en un videojuego. Que recapaciten acerca de las ideas o consejos de sus amigos. En definitiva, que piensen y juzguen TODO en su vida. Cuidemos y desarrollemos su espíritu crítico.
Enseñémosles a diferenciar una opinión de un dato contrastado, y a poner en valor la propia opinión. Valoremos su experiencia, sus conocimientos, sus intuiciones desde bien pequeños, para que aprendan a confiar en ellos mismos, de manera que no entreguen su responsabilidad sobre si mismos a “cualquiera”.
Y ya para terminar (que este quería ser un post corto) por si alguien se lo pregunta, mi formación de porteo no es “legalmente reconocida”, me formé con la escuela Llévame Cerca. Mi formación en reflexología tampoco, me he formado con Ángeles Hinojosa y Mauricio Kruchik. Mi formación de masaje infantil sí, la formación de AEMI está reconocida por el gobierno catalán.
Y me “atrevo” a formar parte como formadoras de dos proyectos, en la formación de Doulas LuzNataly en Asesoras Continuum. Y además, asesoro y enseño a padres, y a todo aquel interesado en saber más de cómo atender las necesidades de contacto de los pequeños (y el por qué de esas necesidades).
Y para esta labor formativa profesional me baso no ya en mis formaciones, en las que aprendí mucho, sino en mi experiencia diaria, profesional y personal. Porque yo vivo en modo profesional, ya que mi profesión está relacionada con mi maternidad. Todo lo paso por ese filtro: lo que leo, lo que veo, lo que me cuentan. Ya sean noticias y ficción. Aprendo en primer lugar, para mis hijos. No hay mayor motivación.
Me intereso en estar al día de las últimas novedades en mi campo de actuación. Me informo y comparto ideas e inquietudes con otros profesionales del sector y con la fuente más importante de aprendizaje: las otras familias. Y no tengo problemas en reconocer hasta donde llega mi conocimiento y mi capacidad. Trabajo con ciencia, en conciencia y a conciencia.
Me esfuerzo por no defraudar a las personas que confían en mi de diferentes maneras. Y ese es mi mayor orgullo y aval.